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Seguro que has usado algún filtro de Snapchat para ponerte una cara de gato, o un sombrero, o unas gafas que se desplazan cuando agitas la cabeza. Y seguro que te ha molado, pero sin más, como si fuera cualquier truco de mago de mercadillo medieval. Pues la tecnología y la ingeniería detrás de esos filtros y del reconocimiento facial en general, es para alucinar.
El reconocimiento facial se usa en los mencionados filtros dinámicos de Snapchat, o en el etiquetado inteligente de Facebook, una medida de privacidad que hasta ahora no se usaba en la Unión Europea y que nos mostrará fotos en las que aparezcamos aunque no estemos etiquetados.
Pero uno de los usos que más potencial se le intuye a esta tecnología está relacionado con la seguridad. Desde desbloquear tu iPhone X mostrándole la cara, a autorizar pagos a través de Samsung Pay con los S9 y S9 Plus. En un futuro no muy lejano, cuando el camarero te traiga la cuenta, podrás irte “por la cara” sin mala conciencia.
El principio es sencillo: Hay que educar a una máquina para que reconozca rostros. ¿Cómo enseñas a una máquina a hacer eso? Con matemáticas, estadística y modelos predictivos. En concreto se utilizan algoritmos como el Viola-Jones, que transforman la información alfanumérica de una imagen en cientos de pequeñas formas geométricas distinguibles una de otra por áreas de luz o sombra. Concretamente, el Samsung Galaxy S9 llega a leer hasta 100 puntos distintos de nuestro rostro, combinando esta información con la de su lector de iris para cruzar los datos y obtener un mayor grado de seguridad. Algo a lo que la empresa ha llamado Intelligent Scan. Y tú, que solo necesitas levantar los párpados para reconocer a tu pareja diciéndote que salgas ya de la cama.
Donde tú ves un rostro, el ordenador ve números que indican colores y formas, el algoritmo simplifica esos números y permite que el ordenador identifique las áreas de luz y sombra de una nariz humana. El puente es más claro, los laterales más oscuros. O que identifique los ojos, o las sutiles diferencias de sombras y luces de unos labios o unos pómulos. Por supuesto, esto implica que la imagen es dividida en miles de áreas, lo que requiere una calidad de imagen muy alta.
El ordenador también necesita modelos predictivos que le permitan relacionar esas diferencias de luz y sombra y establecer que, probablemente, eso es una cara y no un codo. Y que es tu cara y no la de tu hermano. Los algoritmos aprenden y mejoran su precisión para distinguir, en gran parte, porque nosotros les ayudamos. Constantemente estamos proporcionando fotos y etiquetándolas como rostros, lo que amplía las bases de datos de los algoritmos para que afinen sus modelos predictivos.
Para ti, esto tomará el mismo tiempo que cuando desbloqueabas el teléfono a la antigua usanza, unas fracciones de segundo, pero el proceso recuerda más al de un servicio de inteligencia. ¡Y tú luego enfadándote y llamándole maquinita a tu smartphone si no se desbloquea de inmediato!
Todavía hay que seguir perfeccionando esta tecnología para tratar de corregir sus defectos, pero lo cierto es que ya es una realidad y tiene mucho potencial para facilitarnos las cosas en el presente y en el futuro. El reconocimiento facial ha llegado para quedarse. Para quedarse con tu cara.
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