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¿Por qué el i-voting no termina de arrancar en España?


En España parece que no terminamos de digitalizarnos y todo aquello que se podría hacer por internet aún permanece anclado a medios tan tradicionales como desde hace décadas. Hablamos de las votaciones, de las que algunos se quejan de los gastos que suponen.

Toma nota: estamos hablando de un gasto en papel (y en personal), además de otras cuestiones que supone un desembolso que oscila entre los 130 y los 170 millones de euros. ¡Cuántas cosas podemos hacer con esa pasta, madre mía! Eso sin hablar del problema de la abstención, que algunos expertos afirman que podría resolverse si dispusieramos de voto telemático. Para volverse loco, vaya.

¿A qué llamamos voto electrónico? ¿Y telemático?

En el día a día hablamos de voto electrónico en tres vías distintas. En primer lugar, está el voto telemático, o voto por internet. No hace falta moverte de casa para emitirlo. Por otro lado, está el voto en un soporte electrónico, pero en una cabina de votación controlada (su acepción más frecuente hasta ahora); y en tercer lugar hablan del recuento electrónico de los votos.

Vamos a centrarnos, en todo caso, en la primera acepción, la que habla de emitir un voto sin necesidad de estar presente físicamente en el lugar de emisión. Es lo que denominaremos i-voting, cuyas primeras ventajas son la reducción tanto de costes como complejidad logística.

Pues bien, hay quien se pregunta lo siguiente: si hacemos transacciones económicas por internet, nos ponemos al día con Hacienda por la vía telemática o rellenamos formularios online, ¿por qué no votamos por esa vía? ¿En qué estamos fallando para no hacerlo?

En España, ¿es una cuestión de confianza?

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Para el sociólogo y politólogo Alberto Penadés la cuestión es clara si hacemos la comparativa con las transacciones económicas en el banco: “Hay que poder auditar el sistema sin que las “transacciones” sean trazables”, es decir, se trata de conservar la anonimidad del voto a la vez que de mantener un registro susceptible de ser revisado con garantías suficientes como para que lo acepte, al menos, un candidato perdedor”.

También Penadés habla de los fraudes en votos: “A diferencia de los fraudes en dinero, puede que nunca sean detectados”, además que perder dinero puede ser tolerable, lo que él denomina “un riesgo incluido en las operaciones”, pero “perder votos nunca puede ser un riesgo calculado”.

La clave está en la confianza. Es cierto que la cuestión de votar telemáticamente lleva años coleando sin que hasta la fecha los votos telemático y electrónico —la posibilidad de emitir un sufragio a distancia, sin necesidad de desplazarse al colegio electoral o, en el segundo caso, de prescindir de papeletas, pero en una cabina controlada— haya logrado arraigar en España. Y no precisamente por falta de empeño por parte de ciertas instituciones públicas.

Carlos Pesquera Alonso, director de investigación de Kialo Consulting, avisa que la tecnología para la implantación del voto telemático ya está disponible. “Que no esté disponible no es cuestión de los medios, sino de la cultura. De hecho últimamente hemos visto ejemplos muy claros de ellos, tanto positivos como negativos en las primarias de Podemos y de Ciudadanos”, asegura el experto.

Por lo tanto, la reticencia actual es cultural, y no solo afecta al voto. Pesquera considera que “como personas, aquello que podemos tocar, que es físico, nos inspira más confianza”. El hecho de que haya como mínimo tres personas en una mesa electoral (en presidencia, vocalía y secretaría) nos parece suficiente, aunque en la realidad eso no siempre ha evitado alteraciones del resultado electoral (voto de no registrados, usurpación de identidad, robo de urnas, modificaciones censales y un largo etcétera).

Así pues, en un sistema telemático, se incluyen incluso más niveles de control de la identidad y de la votación, pero como no lo entendemos, como comprendemos contar papeleta a papeleta, nos da una desconfianza mayor.

También Pesquera habla de la costumbre. Según el experto, “la población que vota en mayor porcentaje (la de mayor edad) no está adaptada a las nuevas tecnologías como lo están los niños que no conocen el mundo sin internet y el móvil”. Por lo tanto, las complejidades que suponen saber el procedimiento para realizar el voto telemático echan para atrás a muchos votantes, como ya ocurre con el voto por correo, por ejemplo.

Con todo, Carlos Pesquera Alonso apunta que nuestro sistema de votación está considerado como bastante eficaz. Es por ello por lo que no hay demandas de mejorarlo, lo cual no ayuda al impulso de la votación electrónica.

Algunas experiencias en España

Tengamos presente que España es un país con un know how destacable en la materia del i-voting, pues aquí tenemos startups de referencia como Electronic IDentification, que tiene aplicaciones prácticas en el voto electrónico. Sin embargo, el voto telemático como tal no termina de arrancar.

En nuestro país hay dos maneras de ejercer el derecho al voto: emitir su papeleta por correo o hacerlo de forma presencial, en los colegios o en el consulado general de turno. Nada de voto telemático.

Es cierto que ningún software es infalible 100% a los 'hackers', pero es que tampoco lo es ningún sistema tradicional, según apunta Eduardo Robles, desarrollador y director técnico de la prestigiosa N-Votes.

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Para Robles lo más complejo es demostrar “que tú seas quien dices ser, por eso la clave está en el censo para que así no pueda haber fraude. En definitiva que no haya lo que denominamos como ''ballot stuffing'', es decir, que no se metan votos que no deberían meterse”, apunta.

Recordemos que a mediados de 2017 el Gobierno español descartaba implantar este sistema en nuestro país debido a la ciberdelincuencia. No deseaban que se repitieran los casos que sacudieron la campaña para las presidenciales de Francia en 2017 —cuando el equipo de Macron denunció una acción de pirateo masivo. Podrían minar la confianza de los electores.

Sin embargo, se han llevado a cabo experiencias aisladas. Está el caso del País Vasco, que abrió camino en 1998 para regular el voto electrónico para sus elecciones parlamentarias. Pero el sistema desarrollado por el Gobierno vasco, el Demotek, no deja de tener una gran carga tradicional, en cuanto que no permite el televoto como tal.

También en 2010 el Ayuntamiento de Barcelona trató de implantar el i-voting vía internet y telefonía móvil durante una consulta ciudadana. Aunque la experiencia resultó un chasco por los problemas hallados.

En Estonia sí triunfa el i-voting

Probablemente el mejor ejemplo a seguir que haya en la actualidad en relación al voto telemático es Estonia, cuya política de gobernanza electrónica es muy fuerte. Según las estadísticas oficiales, el 44% de los estonios usan las votación electrónica. Aquí es donde se puede votar en internet para elecciones generales desde 2007. Esto es parte de una política mucho más grande. Estonia es un país pequeño que buscaba destacar por su especialización.

También están los casos de la India y de Brasil, donde el voto en papel era “menos confiable” que las máquinas. También es cierto que estos países tienen una población muy elevada, y los costes de infraestructuras se disparan.

Por el contrario contamos con el caso de Holanda, donde se produjo en 2006 un movimiento organizado de desconfianza en las máquinas de votación: "Wij vertrouwen stemcomputers niet” (no confiamos en las urnas electrónicas). Recordemos que aquí el voto electrónico está permitido desde 1965.

O el caso de Francia, que ha retirado en 2017 sus planes, incluyendo el voto online para residentes en el exterior, apelando al clima intimidatorio de los “hackers internacionales” (y más concretamente, rusos). Por lo tanto, están de acuerdo de que no es buen momento para generar confianza en la votación electrónica.

Eso sí, ya que ponemos sobre la balanza las bondades del sistema, hay que hablar de los perjuicios. Si bien facilita el voto a aquellos que lo tienen difícil ─como las personas con movilidad reducida o los que viven fuera del territorio─, también habría que hablar, como dice Penadés, del denominado sesgo del “canal electrónico”, que según el experto “puede tener efectos paradójicos, alejando todavía más de las urnas a los menos favorecidos”.

Es cierto que el voto telemático permitiría reducir el coste de las elecciones y a la vez permitir que haya elecciones con más asiduidad (por ende más control democrático), pero no parece que sea un tema que esté en la agenda política, de momento.

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