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Hay días en que uno se levanta con unas ganas locas de tocar un dúo funky pero no tiene ningún vecino cerca que toque un instrumento. ¿Qué puede hacer entonces? Buscar un tubo. Para eso, lo que necesitas es claramente un tubo. Como el que se encontró el saxofonista Armin Küpper en algún lugar perdido de los alrededores de Düsseldorf, en Alemania.

Küpper toca una melodía en un extremo de la tubería, el sonido viaja por ella y se ve reflejado en el extremo opuesto. Este rebote es tan limpio, tan regular que encaja perfectamente con la música, compás a compás. Si queremos, podemos incluso calcular la longitud exacta de la tubería. Cada compás dura 1,7 segundos. El sonido viaja a 343 m/s. Multiplicando estos valores y dividiendo el resultado por 2 (el sonido tiene que hacer un camino de ida y vuelta) obtenemos una longitud de unos 200 metros.

Y ahora, lo intrigante: ¿cómo es posible que se oiga tan bien? Si yo le pego un grito a alguien que está a 400 metros de distancia (200 de ida y 200 de vuelta), es posible que no se entere de nada. ¿Cómo consigue un simple tubo que el sonido no se pierda?

La respuesta tiene truco: esa tubería se comporta como una guía de onda. Consigue minimizar la pérdida de energía del sonido restringiendo su transmisión a una sola dirección, “guiando” las ondas, en definitiva (efectivamente, el nombre no engaña). Cuando hablamos o tocamos un instrumento en medio del espacio, las ondas sonoras se propagan en tres dimensiones, forman esferas que se van diluyendo, por así decirlo, porque cada vez tienen que abarcar distancias mayores.

En una guía de onda, todo queda contenido. El sonido rebota en su interior y la energía no se escapa. Las gallinas que entran por las que salen. Si lo que entra es una melodía, pues sale la misma melodía, un poquillo más tarde, un poco más dispersa quizás, con algunas frecuencias ligeramente cambiadas… pero perfectamente reconocible.

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¿Y por qué te estamos contando esto en Bloygo, te preguntarás? Bien, es posible que sea la primera vez que oyes hablar de una “guía de onda”. No suele ser un concepto que salga a menudo en la conversación del desayuno. Y, sin embargo, es un invento que tú mismo utilizas todos los santos días. Ahora mismo probablemente estás usando una guía de onda sin saberlo. ¿Adivinas dónde?

¡Es la fibra de tu casa! La fibra óptica es una guía de ondas. Solo que funciona con ondas electromagnéticas, en lugar de con ondas sonoras. Está hecha de un material pensado para que la luz se refleje completamente en su interior (como el sonido dentro de la tubería) y solo salga por sus extremos. De ahí, la típica imagen de unos pelos de cristal con las puntas brillantes.

La guía consigue que la energía no se escape y gracias a ello podemos transmitir datos a toda velocidad, la velocidad de la luz, ni más ni menos. Luego esa información llega hasta tu ordenador y un montón de circuitos y programas varios la convierten en un señor tocando el saxofón, que usa su propia guía de ondas para montarse un canon a dúo.

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